Sunday, March 11, 2007

Entre la democracia y un autoritarismo plebiscitario

Democracia. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. 2. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado.

Si bien esta definición, bastante concreta, del diccionario de la Real Academia de la lengua española (año 2001) que manifiesta una importante participación ciudadana dentro de la acción política, pienso que puede ser complementada con algo esencial para una democracia. Esto es un sistema de contrapesos que evita la acumulación de poder del Estado en una sola persona o en una sola cúpula privilegiada. Sin embargo no es raro escuchar a personas decir, “lo que necesita el Ecuador es un dictador bueno,” o peor todavía, “lo que se necesita es un Pinochet.” ¿Existen dictadores buenos? ¿Y por qué una democracia de contrapoderes es mejor que un autoritarismo, incluso si es bien intencionado?

Sin importar de qué supuesta tendencia o ideología, el autoritarismo concentra todo el poder del Estado en un sector tremendamente reducido de la sociedad. Esto se lo hace en nombre del pueblo, del progreso, de la justicia, hasta en nombre de Dios en algunos lugares del mundo. Asimismo tiene éxito en sociedades mesiánicas y paternalistas donde los gobiernos anteriores han probado ser ineficientes, corruptos y distantes al pueblo. Tengo el presentimiento de que ahora en el Ecuador, y en otros lugares de América Latina, el autoritarismo esté comenzando a seducir a los ciudadanos, irónicamente, en nombre de la democracia y la voz popular.

En las innumerables épocas de crisis política en los últimos 28 años de gobiernos electos los ecuatorianos nos hemos cuestionado si este sistema en verdad logra satisfacer la demanda de la ciudadanía. El día de hoy el país indudablemente atraviesa nuevamente un escenario de incertidumbre y de nuevo nos preguntamos si es este el tipo de gobierno que anhelamos. Mi preocupación esta en que muchos ecuatorianos y ecuatorianas han interpretado la palabra democracia como un sistema en donde únicamente el Estado ejecuta lo que la mayoría piensa ser correcto, y están dispuestos a rendir sus libertades individuales por ello; es aquí donde más peligra lo poco de democracia que tiene el Ecuador.

Actualmente sí existen contrapoderes institucionalizados. Cierto es que el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial han probado ser inmensamente corrompibles pero por lo menos garantizan una mejor distribución de poder que cualquier experimento autoritario. Además de estos tres existe otro contrapeso: la opinión pública. Esta se divulga a través de los medios de comunicación (siempre y cuando haya libertad de prensa y expresión), a través de las manifestaciones, y a través de movimientos sociales y políticos. Por más desgastados que estén estos contrapesos, permiten a los ciudadanos de diferentes géneros, etnias, religiones, y pensamientos políticos a expresarse sin el miedo y sin el peligro que reina en gobiernos de cortes fascistas y autoritarios. ¿Por qué fascistas? Porque persiguen y promueven altivamente la satanización y deshumanización de todo individuo que opine diferente a lo que el gobierno le convenga. Así lo hizo Hitler en Alemania, Stalin en la Unión Soviética, Mao en China, Pinochet en Chile, Masera y Videla en Argentina, Somoza en Nicaragua, Batista y después Castro en Cuba, Chávez en Venezuela, en fin, un sinnúmero de dictadores. Ciertamente algunos han sido peores que otros y talvez no se los pueda hacer una comparación, no obstante todos se asemejan en que han querido subjetivamente establecer reglas y normas para convencer a los ciudadanos acerca de qué es ser patriota.

Ahora en el Ecuador, la democracia que tenemos (por más corrompida que esté) de contrapesos y de una mediana libertad, ha pasado a un segundo, o tercer, puesto de preferencia entre muchos ciudadanos. En vez de esto, se ha popularizado una idea de democracia mucho más autoritaria y popular que garantice cambios radicales de inmediato. Talvez, como antes mencioné, esto se debe al fracaso de nuestros gobiernos pasados y porque cada vez nos dejamos convencer en que democracia consiste solamente en satisfacer a la mayoría. Pero si la democracia fuera así, no se necesitarían ni leyes ni constituciones, sino solamente plebiscitos y consentimientos de una masa eufórica. Esto en la realidad no es nada más ni nada menos que un despotismo mayoritario, o un autoritarismo plebiscitario en palabras más refinadas. ¿Por qué despotismo? Porque no necesita de leyes ni reglas de juego, y gestiona arbitrariamente lo que el gobierno central dicte. En este caso depende de los juicios de una mayoría, dentro de un plebiscito, una muchedumbre o una asamblea, que supone representar las verdaderas necesidades de un pueblo tan diverso como es el del Ecuador.

¿Por qué el autoritarismo es malo? Si bien es un juicio de valor decir que tal sistema de gobierno es bueno o malo, este atenta contra la integridad física y emocional de sus ciudadanos mucho más que las democracias. Esto se debe a la falta de libertades políticas e individuales por ser un régimen fascista por naturaleza. En países autoritarios ruedan más cabezas y retienen a más presos políticos que en democracias donde existen contrapoderes, donde sí se acepta el hecho que exista diversidad en opinión. ¿Por qué el despotismo mayoritario es malo? Además de ser autoritario de por sí, este no respeta a minorías y se deja seducir fácilmente por discursos populistas y mesiánicos.

Es un buen momento para preguntarse qué tipo de Ecuador queremos para nosotros y para nuestros hijos. Pienso que todos tenemos el derecho de ejercer nuestra vida del modo que creamos ser el mejor y de opinar de la manera que nos parezca las más apropiada. Esto sin atentar contra la integridad y propiedad de otras personas. Afortunadamente en este país todavía lo podemos hacer hasta un cierto punto, pero si nos dejamos persuadir a través de propuestas cómodas, mesiánicas, paternalistas y autoritarias, que además de engañarnos discriminan a los que tienen el derecho de pensar diferente, estaremos cultivando para nuestros hijos los cimientos de una sociedad intolerante, absolutista y mediocre.

Una democracia donde existan plenas libertades de expresión y de ser auténtico como individuo solamente se la puede concebir distribuyendo el poder del Estado a diferentes contrapesos. Esta filosofía de país sí es más saludable y participativa que aquella mano dura de la cual muchos esperan cómodamente obtener resultados (o más bien engaños) prontos y radicales. Un Ecuador sin privilegios de poder para la minoría gobernante, sin discriminación para las oposiciones y la divergencia de pensamiento, y sin paternalismos a corto plazo es lo que propongo construir. Talvez no sea la metodología más rápida y eficiente para la gestión política, pero estaremos forjando cimientos para una sociedad próspera y libre; un país que proteja ciertos derechos elementales que pocos gozan en el mundo, y que por esto no tienen precio.