Monday, August 30, 2010

Costumbres de poder

Por Julio Espinosa

En esta ocasión prefiero no referirme al aparato de poder ni al entorno del debate tradicional político directamente. Detrás de este trabalenguas, que al mismo tiempo representa la realidad de nuestra compleja cultura política, existen relaciones humanas-psicológicas que pienso son mucho más sencillas pero que al fin y al cabo son las que nos condenan como sociedad, como pueblo.

Tengo la gran suerte y dicha de ser una de las pocas personas en el mundo urbano (en relación me imagino, por supuesto) que camina desde su casa hasta su lugar de trabajo. No me demoro más de diez o quince minutos, en el peor de los casos, y en el transcurso de este corto viaje puedo apreciar distintas relaciones, como lo mencioné anteriormente, de seres humanos con intereses muy similares (llegar al trabajo, enviar algún mensaje, entregar un encargo, etc.), pero que por alguna razón convergen constantemente y muchas veces de las formas más groseras e irrespetuosas que uno puede evidenciar en el día a día. Estoy hablando específicamente de la “relación” vehículo-peatón.

Lamentablemente, es lo normal y lo socialmente esperado que el conductor imponga su poder condicional (vehículo motorizado y potencialmente muy ofensivo) ante sus semejantes; sí, semejantes en naturaleza y en derechos pero no exactamente en bólido. No es inusual presenciar varios carros irrespetar el semáforo en rojo junto a las paradas de Trole o de Ecovía sin permitir que los peatones puedan cruzar tranquilamente el paso cebra. Asimismo, muchos automóviles suelen lanzarse sobre los de “Dodge patas” en las calles más angostas, tranquilas o con gran flujo de peatones, para además bajar el vidrio y exclamar fuertemente alguna patanada a que el mundo entero les escuche y evidencie su “solvencia testicular”, para citar al hermano de nuestro Presidente. No quiero ni hablar de las consecuencias que pueden desencadenar cuando se maneja con esta actitud y peor aún cuando son nuestras autoridades las que se encuentran detrás del volante. ¿Qué puede perder un ser humano al permitir el paso a un peatón, incluso aunque no fuese su obligación legal frenar? Para matar cualquier duda no me refiero a aquellas personas que se lanzan a cruzar una carretera de alta velocidad o una perimetral teniendo, además, el puente peatonal literalmente por encima. Y por qué no nos preguntamos en cambio, ¿qué sociedad pudiéramos construir para nosotros y nuestros hijos si cada uno pudiera expresar tan solamente un acto de delicadeza y cortesía a los demás cuando salimos de las cuatro paredes, o murallas, que separan nuestros hogares del “resto”?

Y es que tal vez nuestro legado monárquico absolutista no nos ha servido exactamente para aprender de los errores del pasado sino para empeorarlos y adaptarlos a los estilos de vida que este siglo nos provee. La autoridad y el poder, lamentablemente, han sido concebidos por nosotros como mecanismos de supervivencia y de abuso. El bólido en las calles, así como el alto cargo político, se comportan de formas muy similares en la práctica.

Quiero solamente terminar con una anécdota personal. Hace algunos años me subí al carro de un amigo que conocí durante alguna protesta política. Mientras íbamos conversando sobre lo que considerábamos desaciertos del gobierno, noté que acelerábamos y pitábamos desesperadamente en las intercepciones para que ningún peatón si quiera se atreva a pensar en cruzar la calle. Mi única reacción ese momento fue exclamar, “¡Dale suave!”. Después me di cuenta de que si no somos capaces de ser corteses, manejar con cuidado y dar el paso a unos pocos inofensivos peatones, no tenemos por qué diablos pensar que pudiéramos ejercer correctamente ningún cargo de poder político. Es así como nuestras costumbres y nuestros equivocados conceptos de autoridad y poder degeneran y empobrecen las posibilidades de avanzar a un futuro mejor.