La democracia participativa esta de moda. No es raro escuchar que deberíamos democratizar más al país para construir un modelo político incluyente donde las voces de todos serían consideradas por nuestros estadistas. Evidentemente muchos de nuestros gobernantes han probado ser ineficientes, lo cual cuestiona nuestra actual democracia representativa (congreso, partidos políticos, instituciones, etc). Pero, ¿es posible llegar a un acuerdo colectivo a través de la democracia participativa?
Pienso que esta puede ser precisamente una herramienta por la cual nuestros pueblos latinoamericanos lleguemos a destruir lo poco de democracia que ya tenemos. Es necesario politizar a la sociedad para poder implementar la democracia participativa y que trabaje conjuntamente con la representativa. Tendríamos que hacer grandes campañas enseñando a la mayor cantidad posible de gente que necesitamos de su participación dentro del manejo del poder del Estado. Los ciudadanos tuviéramos que, además de atender nuestros quehaceres cotidianos, dedicar tiempo a interminables discusiones acerca de cuál es el añorado bien común.
Además, dentro de una sociedad politizada el tener éxito no depende del trabajo y esfuerzo de cada uno, sino más bien de nuestro carisma y habilidad política; lo mismo que hacen los políticos en cualquier lado del mundo. Si la persona “x” logra convencer a la mitad más uno, acerca de una determinada propuesta, entonces la decisión sería suficientemente legítima. No importa si esté dentro o fuera de un marco legal, esta decisión colectivista excluye a una minoría que tiene diferentes intereses a la propuesta de la persona “x.” De la misma manera que existe un sector de la sociedad que termina insatisfecha cuando su candidato presidencial no fue electo por la mayoría requerida. Pero las minorías quedan gravemente afectadas cuando se trata de temas específicos que pueden, por ejemplo, afectar la propiedad privada de estas (expropiación, estatización, destrucción). Esto solamente porque un ciudadano carismático logró obtener el consentimiento de una mayoría establecida (mitad, dos tercios, etc).
Talvez ayudaría a comprender esta perspectiva anti-participativa de la democracia el hecho que existen diferentes visiones acerca de cuál debería ser el rol del Estado. Si se concibe a esta entidad como una herramienta que solamente ejecuta lo que a la mayoría le parece lo correcto, entonces estaríamos poniendo en riesgo las libertades individuales en nombre del bien colectivo. Si en vez de esto, nuestro Estado tuviera la función esencial de garantizar los derechos individuales a la vida, la propiedad privada y a la libertad, entonces no tendríamos por qué politizar a la sociedad.
El poder del Estado no es un juguete, y la gestión pública no es un juego de quién logra influir más en las decisiones estatales. Por eso la función estatal debe mantenerse reducida para proteger a la minoría más importante, el individuo. Justamente, el Ecuador se encuentra en el subdesarrollo actual gracias a la excesiva intervención estatal dentro de la economía y la sociedad. Hemos heredado una cultura paternalista, de esclavos y hacendados, para convertir al Estado moderno en el arrogante planificador de nuestras vidas; no importa si son los estadistas o las agrupaciones sociales quienes logren incidir en esta planificación.
La democracia debería ser una herramienta para equilibrar el poder estatal (ejecutivo, legislativo, judicial), y velar por las libertades individuales. Si existe un objetivo común debería ser este porque solo así los ciudadanos podríamos llevar nuestras vidas con libertad siempre y cuando no atentemos contra la vida, la propiedad y la libertad de los demás.
He creado este blog para compartir algunas de mis experiencias y pensamientos. Sueño algún día en construir, junto con el resto de ecuatorianos, los cimientos de una sociedad tolerante, un Estado liberal y un mercado que brinde oportunidades a todos. Invito a cualquier persona a comentar, criticar, sugerir y a construir.
Friday, May 25, 2007
Tuesday, May 22, 2007
Distribución de Riqueza
No es raro escuchar en la calle, en casa o en los medios de comunicación una frase retórica de carácter socialista que es utilizada para explicar los males de nuestra sociedad: Es que la riqueza está mal distribuida. Nos hace pensar que la riqueza en el mundo estuviera totalmente estática y que dependiera de la manera en que se la reparte; como si fuera una torta de cumpleaños. Este paradigma conduce a la falacia de creer que se necesita pobreza y miseria para que exista riqueza y bienestar.
Cierto es que tenemos tremendas desigualdades económicas dentro de nuestro país. Lo presenciamos cada rato al salir de la ciudad, o simplemente dando una vuelta por algunas de nuestras calles y avenidas. No podemos negar que tengamos un grave problema social y que sea fuente de los altos índices de violencia, mal nutrición y corrupción en general, pero la solución no es quitar a los ricos para regalar a los pobres. Los pobres continuarían sin producir un centavo y los ricos se vieran desincentivados para continuar aportando al lento crecimiento económico que tiene el país. Tampoco significa que la riqueza esté bien distribuida; no es cuestión de qué tan bien reparta el Estado.
La riqueza no está ni bien ni mal distribuida, el problema es que una gran parte de la sociedad se la ha excluido de las oportunidades de poder crearla; de formar parte del sector productivo del país. Nuestra economía de mercado no es perfecta porque es exclusivista. Se necesita educación y dinero para poder acceder en ella, y por eso pocos sobreviven formalmente en el mercado.
Se ha priorizado el excesivo crecimiento del Estado para crear la llamada economía social de mercado, sin embargo solo se ha entorpecido el alcance de esta a la sociedad. Mediante largas y absurdas tramitologías burocráticas, impuestos atropelladores e infinitos códigos laborales, se ha desarrollado un sistema donde es mucho más fácil ser empleado que empleador. Además, olvidamos que aproximadamente el 45% de los ecuatorianos, en condición de trabajar, hacen parte del mercado informal. Sabemos que el desempleo no sube del 10 – 11%, sin embargo casi la mitad de la población tiene que recurrir a la informalidad gracias al arrogante intervensionismo de los estadistas. Ya conocemos cuales son los resultados.
Mientras unos marchan en la calles, con boinas y banderas rojas que llevan el rostro del mayor representante de la lucha violenta latinoamericana, sosteniendo que el Estado debe ser el único administrador de los medio de producción en nombre de la igualdad, se privilegia enormemente a unos pocos gracias al monopolio estatal sobre petróleo y el control de precio sobre otros hidrocarburos. Es indignante ver como en Huaquillas, a la luz del día llenan camionetas de tanques de gas, y como en el norte de Perú, en unos pequeños quioscos, los buses y furgonetas recargan sus tanques con gasolina a menor precio que el del mercado peruano. Esto es gracias a nuestro dinero.
Si bien podemos moderadamente redistribuir riqueza a través del impuesto para fines sociales, cada vez que el Servicio de Rentas Internas nos visita estamos aportando, no a la educación, salud o seguridad de nuestros hijos, sino a la entidad privilegiada que ha probado ser la mayor fuente de corrupción e ineficiencia del país, el estado ecuatoriano.
Cierto es que tenemos tremendas desigualdades económicas dentro de nuestro país. Lo presenciamos cada rato al salir de la ciudad, o simplemente dando una vuelta por algunas de nuestras calles y avenidas. No podemos negar que tengamos un grave problema social y que sea fuente de los altos índices de violencia, mal nutrición y corrupción en general, pero la solución no es quitar a los ricos para regalar a los pobres. Los pobres continuarían sin producir un centavo y los ricos se vieran desincentivados para continuar aportando al lento crecimiento económico que tiene el país. Tampoco significa que la riqueza esté bien distribuida; no es cuestión de qué tan bien reparta el Estado.
La riqueza no está ni bien ni mal distribuida, el problema es que una gran parte de la sociedad se la ha excluido de las oportunidades de poder crearla; de formar parte del sector productivo del país. Nuestra economía de mercado no es perfecta porque es exclusivista. Se necesita educación y dinero para poder acceder en ella, y por eso pocos sobreviven formalmente en el mercado.
Se ha priorizado el excesivo crecimiento del Estado para crear la llamada economía social de mercado, sin embargo solo se ha entorpecido el alcance de esta a la sociedad. Mediante largas y absurdas tramitologías burocráticas, impuestos atropelladores e infinitos códigos laborales, se ha desarrollado un sistema donde es mucho más fácil ser empleado que empleador. Además, olvidamos que aproximadamente el 45% de los ecuatorianos, en condición de trabajar, hacen parte del mercado informal. Sabemos que el desempleo no sube del 10 – 11%, sin embargo casi la mitad de la población tiene que recurrir a la informalidad gracias al arrogante intervensionismo de los estadistas. Ya conocemos cuales son los resultados.
Mientras unos marchan en la calles, con boinas y banderas rojas que llevan el rostro del mayor representante de la lucha violenta latinoamericana, sosteniendo que el Estado debe ser el único administrador de los medio de producción en nombre de la igualdad, se privilegia enormemente a unos pocos gracias al monopolio estatal sobre petróleo y el control de precio sobre otros hidrocarburos. Es indignante ver como en Huaquillas, a la luz del día llenan camionetas de tanques de gas, y como en el norte de Perú, en unos pequeños quioscos, los buses y furgonetas recargan sus tanques con gasolina a menor precio que el del mercado peruano. Esto es gracias a nuestro dinero.
Si bien podemos moderadamente redistribuir riqueza a través del impuesto para fines sociales, cada vez que el Servicio de Rentas Internas nos visita estamos aportando, no a la educación, salud o seguridad de nuestros hijos, sino a la entidad privilegiada que ha probado ser la mayor fuente de corrupción e ineficiencia del país, el estado ecuatoriano.
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