No es raro escuchar en la calle, en casa o en los medios de comunicación una frase retórica de carácter socialista que es utilizada para explicar los males de nuestra sociedad: Es que la riqueza está mal distribuida. Nos hace pensar que la riqueza en el mundo estuviera totalmente estática y que dependiera de la manera en que se la reparte; como si fuera una torta de cumpleaños. Este paradigma conduce a la falacia de creer que se necesita pobreza y miseria para que exista riqueza y bienestar.
Cierto es que tenemos tremendas desigualdades económicas dentro de nuestro país. Lo presenciamos cada rato al salir de la ciudad, o simplemente dando una vuelta por algunas de nuestras calles y avenidas. No podemos negar que tengamos un grave problema social y que sea fuente de los altos índices de violencia, mal nutrición y corrupción en general, pero la solución no es quitar a los ricos para regalar a los pobres. Los pobres continuarían sin producir un centavo y los ricos se vieran desincentivados para continuar aportando al lento crecimiento económico que tiene el país. Tampoco significa que la riqueza esté bien distribuida; no es cuestión de qué tan bien reparta el Estado.
La riqueza no está ni bien ni mal distribuida, el problema es que una gran parte de la sociedad se la ha excluido de las oportunidades de poder crearla; de formar parte del sector productivo del país. Nuestra economía de mercado no es perfecta porque es exclusivista. Se necesita educación y dinero para poder acceder en ella, y por eso pocos sobreviven formalmente en el mercado.
Se ha priorizado el excesivo crecimiento del Estado para crear la llamada economía social de mercado, sin embargo solo se ha entorpecido el alcance de esta a la sociedad. Mediante largas y absurdas tramitologías burocráticas, impuestos atropelladores e infinitos códigos laborales, se ha desarrollado un sistema donde es mucho más fácil ser empleado que empleador. Además, olvidamos que aproximadamente el 45% de los ecuatorianos, en condición de trabajar, hacen parte del mercado informal. Sabemos que el desempleo no sube del 10 – 11%, sin embargo casi la mitad de la población tiene que recurrir a la informalidad gracias al arrogante intervensionismo de los estadistas. Ya conocemos cuales son los resultados.
Mientras unos marchan en la calles, con boinas y banderas rojas que llevan el rostro del mayor representante de la lucha violenta latinoamericana, sosteniendo que el Estado debe ser el único administrador de los medio de producción en nombre de la igualdad, se privilegia enormemente a unos pocos gracias al monopolio estatal sobre petróleo y el control de precio sobre otros hidrocarburos. Es indignante ver como en Huaquillas, a la luz del día llenan camionetas de tanques de gas, y como en el norte de Perú, en unos pequeños quioscos, los buses y furgonetas recargan sus tanques con gasolina a menor precio que el del mercado peruano. Esto es gracias a nuestro dinero.
Si bien podemos moderadamente redistribuir riqueza a través del impuesto para fines sociales, cada vez que el Servicio de Rentas Internas nos visita estamos aportando, no a la educación, salud o seguridad de nuestros hijos, sino a la entidad privilegiada que ha probado ser la mayor fuente de corrupción e ineficiencia del país, el estado ecuatoriano.
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