El populismo revolucionario e intelectual, sin duda, ha probado ser un fenómeno político que entorpece a masas dentro de todos los estratos sociales; una herramienta política increíblemente efectiva. Mientras que a los pobres les embriaga con subsidios y las mismas promesas de siempre, a las clases medias y altas les ciega con los mismos discursos románticos que fueron utilizados en tiempos pasados para esclavizar a pueblos enteros en nombre de la igualdad y del bien común. “¡Socialismo o muerte!”, “¡Hasta la victoria, siempre!”, aún se grita desde varias urbes latinoamericanas.
El populismo intelectual, además, no pierde tiempo para satanizar los medios privados y capitalistas de generación de riqueza; el desarrollo y éxito de unos tiene que obligadamente ser la causa de la miseria de otros. Lo más increíble es que varias veces sus seguidores, cargando la bandera de la incoherencia, suelen ser los primeros consumidores de reproductores mp3, computadoras portátiles, servidores de Internet, teléfonos celulares y zapatos fabricados en alguna maquila del pujante sureste asiático.
La conspiración de ricos contra pobres, de los países del Norte contra los del Sur; todo es producto de una generación de intelectuales que, para realizar sus experimentos sociales y utopías, lavan las mentes de los latinoamericanos con retórica indudablemente romántica y sencilla. Solamente de esta forma podrán incidir en la política de Estado y, evidentemente a través de la fuerza pública, obligar a los ciudadanos a ser parte de semejante aquelarre intelectual.