Por Julio Espinosa
Tengo la suerte de tener una ventana en mi puesto de trabajo. Si bien es continuo el barullo de la calle, también lo es aquella vista refrescante hacia el parque La Carolina; un emblemático espacio verde dentro del humoso norte de Quito. No obstante, La Carolina, también es guarida de un sinnúmero de ladronzuelos, delincuentes que se comportan de una forma muy parecida al fisco. Así es, trabajan para quitar lo que le pertenece a otros, con o sin el consentimiento de éstos últimos.
Hablando de tributación, dentro del gobierno se discute actualmente la restitución del impuesto a medicamentos y a las llamadas de telefonía celular; otra medida revolucionaria en tiempos de cólera. Bien puede desarrollarse un debate técnico e ideológico sobre este asunto, pero lo que es cierto y nadie puede refutar es que el ecuatoriano ha vivido ahogado de impuestos incluso desde la época en dónde aún constábamos como provincias del imperio español.
Y es que estamos convencidos de que el constante aumento de impuestos a largo plazo (¿un año? ¿Cinco años? ¿Treinta años? ¿Cien años?) nos conllevará a vivir en una sociedad más justa. Me pregunto si en 200 años de cultura impositiva agresiva hemos logrado construir si quiera los cimientos de una sociedad justa, o del súmak kawsay, utilizando el léxico de moda. Posiblemente ahora sí. Era solamente de esperar a que los socialistas del siglo XXI lleguen al poder y ¡“zas”!
No quiero siquiera discutir sobre los efectos negativos o positivos de este nuevo reglamento tributario, sin embargo apenas revisando brevemente el tema no logro comprender en qué puede mejorar la calidad de vida de los ecuatorianos si subimos los precios de las medicinas.
Desde 2007 hemos tenido que soportar tres macro reformas tributarias y el flamante Código de Producción nos confunde con un “tire y afloja” de incentivos y restricciones para finalmente llevarnos al punto de partida, pero no de este gobierno sino del pensamiento económico latinoamericano de la década de los cincuentas.
No obstante, el peor de los impuestos consta en aquel que nos cae en cualquier momento y que a veces cobra con tasas que ni se mide con porcentajes sino con la vida, al mejor estilo feudal. No se trata de una versión brutal y medieval de Sir C. Marx Carrasco, sino del reino de la delincuencia, la misma que cada año nos vuelve un poco más pobres a los ecuatorianos y que no amenaza con una lista blanca sino con arma en mano. En fin, tenemos un aparataje del estado que busca sacarnos dinero de las formas más creativas y agresivas “legitimándose” en el discurso del buen vivir, y por otro lado vivimos en el reino de los criminales. Dos sistemas impuestos a la fuerza que nos desvalijan como a Chevrolet del año 2003.
Imagínese usted, cada año somos más pobres el instante que compramos una botella de licor importado (a no ser que sea domingo, ahí sí somos completamente indigentes), y parece que desde ahora también cuando nos duela la cabeza del chuchaqui y queramos comprar un analgésico. Asimismo somos más pobres cuando compramos un automóvil nuevo (que además consume menos combustible subvencionado) y también cuando estacionamos nuestro flamante bólido y los cobradores del fisco callejero ven en nuestros retrovisores su propia inversión social.
Para este 2011, eso sí, antes que nada les deseo un año con menos impuestos.
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